Seguramente alguna vez habrás vivido una situación en la que estando en un lugar que no conocías has tenido la sensación de haber estado ya allí?
Aunque no está comprobado científicamente, se dice que existe una memoria genética, es decir, que además de las características físicas que heredamos de nuestros antepasados, éstos nos transmiten también una parte de sus recuerdos y vivencias.
Ya sea por herencia genética o por la transmisión de un tipo de cultura, creencias y costumbres, la realidad es que la mayoría de personas tienden a repetir los mismos comportamientos vitales de sus padres y abuelos.
Quizás reconozcas el caso de alguien que ha renegado de sus padres durante buena parte de su vida, criticando su manera de ser y que acaba comportándose exactamente como ellos conforme se hace mayor, muchas veces haciendo bueno el refrán “de tal palo, tal astilla”.
Muchas conductas se adquieren por imitación de las personas con las que se convive, normalmente los padres o abuelos (como por ejemplo la manera de andar o de hablar), pero a veces se repiten comportamientos (gustos, aficiones, fobias) entre un antepasado y un descendiente tras varias generaciones, sin que haya existido ningún tipo de convivencia entre ellos, ni siquiera coincidencia en el tiempo.
Hablamos entonces de un legado psicológico por la cual algunos factores ambientales que afectaron a los ancestros se han transmitido a los descendientes durante (o al cabo de) varias generaciones y conforman de algún modo su comportamiento.
Esta memoria genética también puede entenderse como un método de la naturaleza para garantizar la supervivencia y evolución de nuestra especie si sabemos aprender de las experiencias vividas por nuestros antepasados.
¿Has tenido alguna experiencia así? Coméntanoslo…