Hoy, 26 de Julio coincidiendo con la festividad de San Joaquín y Santa Ana, se celebra también el Día de los Abuelos y desde aquí queremos felicitar a todos ellos, fuentes inagotables de paciencia, cariño y amor.
Además compartimos con vosotros este precioso escrito sobre los abuelos. Seguramente, a muchos os servirá para evocar recuerdos posiblemente olvidados sobre las conversaciones, enseñanzas, risas y magníficos ratos compartidos con ellos. Esperamos que os guste:
Nunca volveré a ver mis manos de la misma manera…
El abuelo, con noventa y tantos años, sentado débilmente en el banco del patio, no se movía: solo estaba sentado cabizbajo mirando sus manos.
Cuando me senté a su lado no se dio por enterado, y entre más tiempo pasaba, me pregunté si realmente estaba bien.
Finalmente, no queriendo estorbarle sino verificar que estuviese bien, le pregunté cómo se sentía.
Levantó su cabeza, me miró y sonrió. “Estoy bien, gracias por preguntar”, dijo con una fuerte y clara voz.
“No quise molestarte, abuelo, pero estabas sentado aquí simplemente mirando tus manos y quise estar seguro de que estuvieses bien”, le expliqué.
El abuelo me preguntó: “¿Te has mirado alguna vez tus manos?; quiero decir, ¿realmente te has mirado tus manos?”
Solté mis manos de las de mi abuelo, las abrí y me quedé contemplándolas. Las volteé, palmas hacia arriba y luego hacia abajo.
No, creo que realmente nunca las había observado.
El abuelo sonrió y me contó esta historia:
“Detente y piensa por un momento acerca de tus manos, cómo te han servido a través de los años.
Estas manos, aunque arrugadas, secas y débiles han sido las herramientas que he usado toda mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida.
Ellas pusieron comida en mi boca y ropa en mi cuerpo.
Ellas ataron los cordones de mis zapatos y me ayudaron a ponerme mis botas.
Han estado sucias, raspadas y ásperas, hinchadas y dobladas.
Adornadas con mi anillo de bodas, le mostraron al mundo que estaba casado y que amaba a alguien muy especial.
Mis manos se mostraron torpes cuando intenté sostener a mi hijo recién nacido.
Ellas temblaron cuando caminé hacia el altar con mi hija en su boda y también cuando enterré a mis padres y luego a mi esposa.
Han cubierto mi rostro, peinado mi cabello, lavado y limpiado el resto de mi cuerpo.
Y hasta el día de hoy, cuando casi nada más en mí sigue trabajando bien, estas manos me ayudan a levantarme y a sentarme, y se siguen uniendo para orar.
Estas manos son la marca de dónde he estado y de la rudeza de mi vida.
Pero más importante aún, es que son ellas las que Dios tomará en las suyas cuando me lleve a su presencia”.
Desde entonces, nunca he podido ver mis manos de la misma manera…
Y aún recuerdo cuando Dios estiró las suyas y tomó las de mi abuelo y lo llevó ante su presencia.
Cada vez que voy a usar mis manos pienso en mi abuelo… es cierto que nuestras manos son una bendición.
Hoy me pregunto… ¿qué estoy haciendo con mis manos?
¿Las estaré usando para abrazar y expresar cariño o las estaré esgrimiendo para expresar ira y rechazo hacia los demás?