Érase una historia de tantas otras en la que intervienen dos familias contrapuestas. Érase la historia de cómo enfrentarse al conflicto de elegir el nombre de los hijos —ese nombre por el que casi nadie nos conoce—, y que empieza tal que así:
La historia empieza cuando las dos familias con su madre y su padre hacen saber a sus allegados que pronto serán padres de un hijo o hija; primer contratiempo (desconocer el sexo del bebé da lugar a un interminable bucle de conjeturas, cálculos probabilísticos, extensas listas de nombres en color azul y rosa…),.
Por supuesto confiando en no tener gemelos, trillizos…ya que en ese caso las listas y los debates engordarían exponencialmente.
La primera de las familias concluye que por ser el primer hijo y primer nieto materno estaría bien llamarlo Juan, como su abuelo, nombre corto y que agrada a los padres.
La segunda familia, de ideas más sabias, más centradas, en un acto de inteligencia concluyen que para llegar a ser alguien en la vida, hay que cimentar lo más posible la base con decisiones acertadas por lo que deciden que su hijo no debe tener un solo nombre, sino varios como la alta realeza: Felipe Juan Froilán de Todos los Santos, ¿en alguna ocasión alguien llamaría a este niño por su nombre entero?
Tampoco ven mal el uso de nombres anglosajones que confieren un toque de exotismo a la persona: Mark en lugar de Marcos…
Esta familia se pasa horas, días, meses buscando nombres con lo que llega a hacerse experta en el tema. Emplean tantísimo tiempo en ello que van por la calle fijándose en los letreros de las calles analizando los nombres o viendo la televisión con el solo propósito de que si en alguna telenovela que jamás verían escuchan un nombre que le enamore.
Por supuesto, revisan también este listado con los nombres mayoritarios en España. Cualquier cosa con tal de aumentar el cupo de posibilidades. Así llegan a saber que Mark Twain se llamaba en realidad Samuel Langhorme o que si le ponían al niño Sigfrido Ernesto tal vez fuera como el galán venezolano que veían en las sobremesas.
En descargo de los padres hay que decir que reciben poca ayuda. Todos a su alrededor opinan. Algunos proponen nombres de sus ídolos, como si el niño fuese a clonarse en él, otros deslizan nombres raros y horrorosos solo porqué tienen un diminutivo bonito, Leocadio en vez de Leo…
Pues bien, esta familia tendría un hijo —con o de masculino— ¡caprichoso destino, ellos esperaban niña! La madre dijo que le gustaría un nombre corto para su vástago y sugirió Eric; el padre se conformó pero dijo que al ser el primogénito debería seguir la tradición familiar y llamarse como él y como su padre, Manuel. Tres semanas después la madre aceptó: el niño se llamaría Manuel Eric.
El día siguiente se lo fueron confesando a los familiares más allegados pero en el momento de hacerlo con el abuelo materno, los ojos de este se volvieron vidriosos y tristes; lo cual mejoró cuando le concedieron ponerle Juan al niño —como él— así que el niño al fin se llamó Juan Manuel Eric.
Lo cierto fue que Juan Manuel Eric fue Juan Manuel Eric hasta el momento de nacer, Luego ya no; para el abuelo materno era Juanillo, Manolito para el paterno; Eric, hijito, ricura, preciosidad y un largo etcétera para la madre, y campeón para el padre.
Con el tiempo las combinaciones fueron más que las matemáticamente posibles y entonces tuvo amigos, que tal como ocurre siempre que un nombre tiene más de dos silabas le atribuyeron un apodo, ignorando directamente el sufrimiento que había sido para los padres la elección del nombre. Así, Juan Manuel Eric también será conocido como Pepo.
Pasados unos años Juan Manuel Eric “Pepo” encontrará el amor en una chica de la que en un primer momento desconocerá su nombre y ella el de él. Ella lo llamará cariño, amor —en los días felices—, y de cualquier forma en los otros.
Hasta un día en que el muchacho sea padre con lo que también responderá al nombre de Papá, olvidándose casi por completo de Juan, de Manuel, de Eric, de Juanillo, Manolito, hijo, ricura campeón, Pepo, cariño… aunque siempre encontrará alguien que le llame de forma distinta, por ninguno de sus docenas de nombres, aunque en realidad sólo tenga uno.
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