Llamarse Crispeta, Lupicinio, Sandalia, Quiteria o Trinitario podía ser algo normal para una persona antiguamente, como vemos continuamente en nuestras búsquedas de antepasados, pero en la actualidad, ¿a quién se le ocurriría llamar así a su hijo?
Hace un tiempo, la cantidad de hijos que se tenían y la vida que se llevaba no era como la de ahora, de modo que los nombres de los hijos no eran una prioridad para los padres, que no se lo pensaban demasiado y muchos de ellos aprovechaban el santo del día en que nacían o se bautizaban para escoger el nombre. Incluso en ocasiones, los padres ni siquiera podían dar su opinión respecto al nombre del bebé. No te pierdas la historia de los nombres en el siglo XIX en el pueblo vallisoletano de Campaspero, donde durante décadas era el párroco el que decidía el nombre del bautizado, además con un gusto, como mínimo, curioso.
Hoy en día seguimos poniendo a nuestros hijos nombres clásicos o corrientes como Alejandro, María, Daniel, Sara, pero las modas y los intercambios culturales hacen que aparezcan otros menos conocidos. Así encontrar niños llamados Kevin, Hannah, Erik o Jasmine es algo normal en la actualidad.
También parece estar de moda entre los famosos ponerles nombres raros o no muy habituales a sus hijos. Así, sabemos que la hija de la famosa actriz Gwyneth Paltrow se llama Apple (manzana en inglés).
Brooklyn es uno de los hijos de la pareja Beckham que tiene el nombre de un barrio de New York, y los últimos papas en seguir esta “moda” han sido la formada por Gerard Piqué y Shakira con su retoño Milán.
¿Quiénes serán los próximos en sorprendernos? ¿Qué se dirá en el futuro de estos nombres?
Y tú, ¿conoces algún nombre realmente curioso? Coméntanoslo
Mi nombre es de los poco frecuentes. Lo sé. Lo cual tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Al decir mi nombre hay quien me ha dicho cualquier cosa en su lugar, una vez uno no pasaba de decir la U, y es que mi nombre no es común; pero lo mismo que muchos apellidos y no parece que eso cause tanto problema. Sin embargo en la mili no me llamaban por mi apellido, sino por mi nombre, ya que era suficientemente «característico»; y en mi trabajo me conocen por Ursi, y yo digo que con 4 letras ya estoy identificado, mientras que otros tienen problemas típicos «¿Has visto a Carlos? y te responden ¿Qué Carlos?» y ya sabes qué te van a responder.
Hablando en serio al menos en la provincia de Valladolid donde más he investigado mi genealogía tengo la impresión de que el uso amplio del santoral empezó a generalizarse en el siglo XIX, y para años anteriores puedes reducir la lista de hombres y mujeres a no más de una docena. Para ellas se llamaban la mayoría María, Catalina o Isabel, y luego mucho menos frecuentes Juana, Francisca, Águeda, Mónica o Paula. Puede que alguna Brígida o Bárbula (nombre este último hoy desaparecido). Y en hombres Joseph, Juan, Francisco, Pedro, Manuel, Alonso, Martín, algunos como los Reyes Magos y muy poco más.
Y con mucha frecuencia ya desde antiguo los hijos recibían el nombre de los padres, de forma que encuentras líneas de tu árbol en que se repite el nombre y apellido de generación en generación. Los había que a falta de hijo varón se lo colocaban a la hija, lo cual podía quedar a veces difícil como a alguna «Francisca Javiera». Y también se transmitían por línea materna, aunque al no quedarse con el apellido materno no se aprecia tanto la coincidencia.
Muchas gracias, Ursicino, por compartir tu caso personal.
Un abrazo.