El nombre y el apellido es un derecho básico de las personas a partir de su nacimiento. La identificación de los indivíduos siempre ha existido en la historia, aunque se ha transformado dependiendo de la época y de la cultura. En el periodo de la baja edad media se formaron los apellidos como los entendemos hoy, y como los oficios, se consideraron desde su práctica inicial como hereditaria.
El comentario precedente nos sirve para ilustrar una situación histórica que se centra en principios de las personas considerados hoy indiscutibles. En este caso hablamos de seres humanos, y ese derecho básico a la determinación como ser “único” no siempre ha sido un privilegio del género femenino.
Por lo que respecta a las mujeres, desde el siglo XII, cuando eran desposadas pasaban a adoptar el apellido del marido y perdían el paterno. Durante parte del periodo de la época moderna y barroca existió una tendencia documental de consignar este apellido de forma feminizada. Una costumbre que puede darse en la actualidad en algunas zonas de España como Mallorca. En el siglo XIX encontrábamos un sistema de formación de dos apellidos, el del marido en primer lugar y en segundo el paterno en alguna zona de Lérida.
La legislación española a partir de la ley del registro civil establece esa práctica del doble apellido, mientras que en otras partes europeas como la italiana o la francesa utilizan solo el apellido paterno, que al desposarse las mujeres perderán. Un tratamiento discriminatorio de la mujer como ser humano individual, con los supuestos mismos derechos que el sector masculino, que ha sido atenuado en la gran mayoría de los países europeos. Ante estos datos, podría reconocerse que el sistema español es más respetuoso con el legado onomástico de las familias de ambos progenitores, sobre todo teniendo en cuenta que actualmente se permite que el apellido materno pueda ir en primer lugar, aunque en la práctica ésta modificación del orden “preestablecido” se produce en casos menores y sucede siempre como algo, digamos, anecdótico.
El mecanismo mantenido hasta la actualidad es, de todos modos, la imposición del apellido proveniente de la rama paterna. Un formato que prioriza la herencia de la historia familiar paterna y la identificación de sus miembros siguiendo la pauta masculina. Sin dudarlo, el que impera en nuestras fronteras es un modelo más laxo espero que continúa siendo un reflejo propio del sistema patriarcal.
La idea de que el apellido del paterno se imponga «por defecto» frente al materno denota el machismo aún existente en nuestra sociedad. La maternidad y la paternidad se hace constar en el acto de la inscripción del nacimiento, y desde el momento en que padre y madre son inscritos como progenitores, debería de ser contemplada en igualdad de condiciones la adopción de un apellido u otro. La consideración igualitaria de ambos sexos se producirá en el momento en que no se dé por natural la herencia del apellido del varón.
Un tratamiento segregacionista hacia las mujeres presupone en ellas una situación de inferioridad y debilidad, un acto fortalecedor del conjunto de características diferenciales que cada sociedad asigna al colectivo femenino y a los varones. La fijación de los distintos estereotipos o arquetipos sociales se nutre de este tipo de prácticas institucionales para seguir alimentando ideas negativas del pasado.
Una imagen directa de este orden social patriarcal es esta idea de privilegio de los apellidos. Actualmente continuamos en estos derroteros y la modificación de estos órdenes de preferencia no siempre ha sido una tarea fácil, desde la perspectiva legal. El estatus institucional debería favorecer la deconstrucción de este edificio simbólico patriarcal y una de las formas esenciales sería liberar este primer ladrillo eliminando esa pauta de presuposición a la hora del orden de preferencia del patronímico. En la inscripción del nacimiento debería ser obligatorio la pregunta a los progenitores: ¿qué apellido irá en primer lugar? Con esta simple cuestión cambiarían muchas partes de los cimientos sociales que se inician con la modificación del lenguaje.
En conclusión, las cuestiones vinculadas a los cambios socioculturales de las sociedades siempre se inician con la modificación que se ejecute del lenguaje. En primera instancia, tal mutación siempre debería realizarse primero desde el sector institucional. El cambio viene desde una esfera que tendría que ser el modelo de la extinción machista del lenguaje haciendo un uso radical del mismo.
María José Zapater Pérez
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Muy interesantes y de mucha ilustración. Mi nombre es Luis Eraston Paniagua Barrientos. Tengo 62 años. Me gusta mucho la historia familiar, he investigado mi descendencia y tengo datos. Me faltan mucho pero sigo. Me será muy util lo de las fotos y lo del árbol.gracias.