Mirando el álbum fotográfico familiar todos nos hemos sorprendido al comprobar los grandes parecidos individuales que se observan entre abuelos, bisabuelos o tatarabuelos y nosotros mismos (o nuestros hermanos, padres, primos o tíos, según el caso). Si en ocasiones son ciertos rasgos los que compartimos con un familiar ascendiente, otras veces llegamos a ser prácticamente iguales.
Queda claro que nuestros ancestros han sido personas muy semejantes a nosotros. Y eso no solo ocurre con los familiares de generaciones más próximas – de los que podemos tener alguna fotografía- sino también con los de hace varios siglos. Nuestra imaginación no exagera en absoluto cuando nos retrata a nosotros mismos vistiendo una toga romana, un traje medieval o a la moda del siglo XVIII.
Seguro que en esa época ya había alguien – alguno de nuestros antepasados – muy similar a nosotros.
Es la fuerza de los genes, que se mantienen y traspasan generación tras generación, siglo tras siglo, a través de la descendencia familiar. Una idea que el dibujante Hergé ya aprovechó en el comic de Tintín “El secreto del Unicornio” para tejer una emocionante historia que giraba en torno a la maqueta de un barco y el retrato de un antepasado del capitán Haddock – el caballero de Hadoque- que vivió en el siglo XVII y que era clavado al amigo de Tintín.
La herencia de Haddock no estaba tan solo en tener las mismas características físicas y psicológicas que Hadoque sino que además estaba en juego un tesoro, según las pistas que ofrecían los documentos escritos por el antepasado.
Esta aventura prosigue en “El tesoro de Rackham el Rojo”, donde continua apareciendo el binomio de personajes Hadoque / Haddock. Lo más cautivador es que la idea que Hergé planteó en estos dos comics – un antepasado de apariencia similar a nosotros – no solo se da en la ficción, sino también en la realidad.
¿Hasta qué punto los parecidos se manifiestan a lo largo de los siglos?
Esta persistencia de la genética, común a todas las familias, se puede seguir a través de aquellas que conservan imágenes muy antiguas de sus antepasados, como es el caso de la realeza, la nobleza o los personajes famosos.
Esto se puede comprobar a través de los diferentes retratos que se conservan de la dinastía real de los Borbones.
En efecto, resulta sorprendente el aire de familia existente entre Enrique IV de Francia (1553-1610) – primer Borbón reinante en el trono francés- y su descendiente Juan Carlos I de España. ¡Y eso que les separan nada menos que trece generaciones! Que Juan Carlos I descienda de Enrique IV tanto por vía paterna como materna debe haber reforzado, sin duda, la probabilidad del parecido.
También nos lo recuerda el infante don Luis de Borbón (1727-1785), hermano de su sexto abuelo Carlos III, tal como lo retrató Francisco de Goya en el centro de la pintura jugando a cartas con su familia.
Los parecidos con Don Juan Carlos los encontramos también en otras ramas familiares de los Borbones. Como en el caso de Francisco I de Sicilia (1777-1830), nieto de Carlos III de España y con un aire de familia que igualmente recuerda al Rey Juan Carlos.
También se puede comprobar la gran semejanza existente entre Juan Carlos I y otro de sus antepasados, su quinto abuelo, el rey Carlos IV (1748-1819).
Aunque más cercano en el tiempo, no deja de ser sorprendente el parecido entre la infanta Sofía de Borbón y su tía-abuela Irene de Grecia, hermana de la Reina Sofía.
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Este artículo parece olvidar que Luis XIV no era hijo de Luis XIII ( hijo de Enrique IV), que Fernando VII no era hijo de Carlos IV, que Alfonso XII no era hijo de Francisco de Asís de Borbón…
Así que los parecidos, como que no.