Me gustaría reflexionar con ustedes sobre la relevancia de los apellidos como transmisor de la memoria y cómo los actos de algunas personas pueden convertir los suyos en apellidos perseguidos en el futuro. Las palabras que se sitúan acompañando a nuestro nombre de pila, aparte de identificarnos como únicos, están unidas a sentimientos, pasiones, ideales o amores entre otros. Nosotros a través de ellos, que forman parte de nuestra larga familia, podemos descubrir de dónde venimos o quiénes somos.
La formación ideológica o los valores de los seres humanos están condicionados, en buena medida, por un pasado familiar que forma parte de nuestra memoria vital. Ante ello, no es de extrañar que a lo largo de la historia se haya atentado en muchas ocasiones contra la herencia de los apellidos para evitar el mantenimiento de ciertos pensamientos.
En España, tras el conflicto de la guerra civil (1936-1939) surgieron una serie de ideas segregacionistas y casi genocidas que tuvieron como consecuencia la práctica de algunos mecanismos que buscaban eliminar por completo la memoria de las familias consideras como enemigos del nuevo Estado.
La guerra española generó un clima idóneo para el surgimiento de nociones radicales que buscaban la eliminación total de cualquier vestigio conceptual de matiz marxista. Así pues, desde el campo de la psiquiatría emergieron varios proyectos de investigación con duras consecuencias en la conservación de las historias familiares.
Vallejo Nájera ocupó un lugar de privilegio dentro de los Servicios Psiquiátricos del Ejercito Golpista. El objetivo principal de este médico fue la elaboración de un proyecto que demostrara la condición degenerada e infrahumana del enemigo republicano[1]. La investigación se recoge en el volumen titulado Psiquismo del fanatismo marxista que dio lugar a seis publicaciones que mostraban unos resultados satisfactorios en esa hipótesis de partida.
La presentación de ideas segregacionistas, xenófobas y de prácticas propias de un exterminio humano abundan en todos los trabajos. La puesta en marcha de dichos ideales era complicada debido a sus principios religiosos contrarios a la aniquilación física y por ello apostará por mecanismos de separación. Las consecuencias se verán reflejadas en la política penitenciaria del nuevo Estado a partir de 1939, sobre todo en los penales de mujeres, y en la actitud frente a los hijos de los presos y presas[2].
El psiquiatra propuso una serie de “medidas eugenésicas” de una crueldad plena como:
«….Nuestras esperanzas de justicia no quedaran defraudadas, ni tampoco impunes los crímenes perpetrados, lo mismo los morales que los materiales. Inductores y asesinos sufrirán las penas merecidas, la de la muerte la más llevadera. Unos padecerán emigración perpetua, lejos de la madre patria, a la que no supieron amar, a la que quisieron vender, a la que no pueden olvidar, porque también los hijos descastados añoran el calor materno. Otros perderán la libertad, gemirán durante años en prisiones, purgando sus delitos, en trabajos forzados, para ganarse el pan, y legaran a sus hijos un nombre infame: los que traicionan a la patria no pueden legar a la descendencia apellidos honrados. Otros sufrirán el menosprecio social, aunque la justicia social no les perdonará, y experimentarán el horror de las gentes, que verán sus manos teñidas de sangre…»[3]
El psiquiatra prestó atención a la permanencia y vigencia histórica de los apellidos. En su preocupación obsesiva por la eliminación del gen contaminado de la España patriótica, se contemplaba la necesidad de mutilar cualquier ápice de tradición de las familias descarriadas. Así pues, los menores descendientes de Republicanos/as no podrían recibir su herencia genealógica y eran purificados de cualquier vestigio infectado de su linaje histórico.
Aquellas personitas fueron amputadas de su pasado generacional al eliminar cualquier herencia de sus apellidos, perdían así cualquier vestigio de sus raíces. Una forma muy astuta de extirpar – o como mínimo intentarlo- los recuerdos y principios que estaban presentes en sus progenitores y anteriores generaciones.
El análisis de un hecho cercano a nuestro pasado histórico muestra la palpable locura del fascismo, pero sobretodo resalta la importancia de nuestro pasado genealógico como mantenimiento de nuestra memoria. Los patronímicos que acompañan a nuestros nombres de pila recopilan parte de las huellas de nuestra leyenda personal y con ello no debemos referirnos solo a los aspectos vinculados a blasones o disputas familiares. La lectura más relevante que se deposita en nuestros apellidos es la herencia -inmortal- de las ideas, culturas o reivindicaciones que han estado presentes en nuestras anteriores generaciones y que han condicionado la historia familiar.
En una reflexión conclusiva podemos pensar que el conocimiento y mantenimiento de las raíces, desde la perspectiva genealógica, es un síntoma de recuperación de la memoria histórica. El conocimiento por parte de los individuos/as de su tradición familiar permite a la sociedad mantener de forma viva el legado histórico de nuestro pasado. Un aspecto que nos permite mantener vivos los sucesos y recuperar muchos de los que se han intentado omitir o incluso olvidar. Así pues, la idea de la eliminación de la herencia patronímica de los miembros adscritos a los ideales izquierdistas era una medida que apostaba por el abandono y el genocidio de sus pensamientos y valores que hacia el mismo daño -o incluso más- que cualquier acto físico. Una medida de privación de la herencia emocional, conceptual y en el fondo… humana.
María José Zapater Pérez
[1] ARÓSTEGUI, Julio; GÁLVEZ, Sergio eds. Generaciones y memoria de la represión franquista. Un balance de los movimientos de la memoria. Universidad de Valencia, 2011, p. 163
[2] Ídem., p.165.
[3] VALLEJO, A. “La ley del Talión”. En: VALLEJO, A. Divagaciones intrascendentes. Valladolid: Talleres Tipográficos Cuesta, 1938, p. 68-71. Facsímil citado en ARÓSTEGUI, Julio; GÁLVEZ, Sergio eds. Generaciones y memoria de la represión franquista. Un balance de los movimientos de la memoria. Valencia: Universidad de Valencia, 2011, p. 166.