Lo cierto es que la mayoría de la investigaciones genealógicas suelen avanzar basadas principalmente en los libros sacramentales de bautismos y de matrimonios, viendo que encajan los datos de unos con otros sucesivamente.
Por el contrario, los libros de difuntos o libros de defunciones suelen ser los grandes abandonados debido a varios motivos que condicionan su consulta:
- No suelen ser fáciles de manejar, ya que no tienen un formato fijo como lo pueden tener los otros dos tipos de libros
- Normalmente no se tiene una fecha aproximada de defunción sino un amplio rango de años en el que buscar, pudiendo tener que revisar hoja por hoja todos esos años si no hay un índice, cosa bastante común
- No podemos tener en la mayoría de los casos, la certeza de que la defunción haya ocurrido en una localidad concreta, de forma que nuestra búsqueda allí puede ser infructuosa.
- Suelen ser además libros penosos de ver, por la cantidad de niños que aparecen fallecidos. La mortalidad infantil era muy alta, y muchos niños fallecían antes de cumplir los dos años, incluso en fechas relativamente recientes como finales del siglo XIX. La anotación lateral de “Párvulo” ya anuncia que ha fallecido un niño, para el cual normalmente no llega a aparecer ni su nombre en el apunte, apareciendo sólo el de sus padres. A efectos de identificación, al lado de su inscripción en el libro de bautismo suele aparecer una nota diciendo “Murió” de forma que se puede sobreentender que aquél párvulo fallecido se corresponde con este bautizado que murió.
Sin embargo, las actas de defunción o de enterramiento suponen en ocasiones un avance por los datos que pueden proporcionar. En alguno de estos apuntes aparece quiénes son los testamentarios, encargados de que se hiciera cumplir su testamento, y quiénes son los herederos del finado, completándonos quizá la lista de descendientes que pudiéramos tener de esa persona. Los más completos informan también de si el fallecido dejó encargado que se dieran misas por su alma y por la de sus padres y abuelos, o incluso si desean enterrarse en el mismo lugar que alguno de ellos, y si los nombra nos permite conocer quiénes eran, de forma que nos permite avanzar una generación más.
Es curioso además el hecho de apreciar en las anotaciones de estos libros las costumbres de aquellos tiempos: cuando el fallecido había dejado testamento el texto se indica como acepta la enfermedad que Dios le ha dado y trata de dejar arreglado lo mejor posible la cuestión de su salvación, encargando todas las misas y ofrendas (panes, velas,…) que su posición económica le permite. Muchas veces el fallecido es amortajado con hábito franciscano; otras encarga misas por su alma o la de otros familiares fallecidos en “altares privilegiados” que servían para sacar a las almas del purgatorio. También se suelen ofrecer misas por “penitencias mal cumplidas”, por las “ánimas del purgatorio”, por los que “mueren por los caminos”,… y por supuesto que se le “hagan honras y cabo de año”. A falta de escribano en la localidad se puede encontrar incluso que el testamento se hace ante el “fiel de fechos” que era una persona de confianza de la localidad.
Por otra parte estos libros de difuntos actúan también a modo de libro contable de la parroquia, anotándose en ellos si se había “cumplido” con el pago correspondiente a cada una de los ritos encargados, o si por el contrario no se había cumplido por falta de dinero. O qué bienes se habían llegado a dejar en pago de lo encargado. Y por supuesto si el difunto no disponía de dinero para su entierro o misas aparece la anotación de Pobre, o incluso Pobre de solemnidad en el correspondiente apunte, limitándose a los servicios mínimos.
Algunas cosas no han cambiado demasiado…